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''—'''Hephaestus''' —musitó e imbuyó su brazo completo de Busoshoku Haki, que logró usar gracias a que la Camelia Roja le había otorgado los recuerdos necesarios para recordar como usarlo. Star corrió hacia los Marines al mismo tiempo que Tsubaki caía en picada hacia ellos. Aquél día, ambos habían despertado '''eso''' que habían necesitado y ahora, se vengarían.''
 
''—'''Hephaestus''' —musitó e imbuyó su brazo completo de Busoshoku Haki, que logró usar gracias a que la Camelia Roja le había otorgado los recuerdos necesarios para recordar como usarlo. Star corrió hacia los Marines al mismo tiempo que Tsubaki caía en picada hacia ellos. Aquél día, ambos habían despertado '''eso''' que habían necesitado y ahora, se vengarían.''
 
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Revisión del 15:47 6 abr 2017

Arco de las Memorias
Arco de las Memorias
Información
Anterior N/A
Posterior Arco del Árbol de la Alegría
Creador MarshallSenju

El Arco de las Memorias es el primer arco de la historia de los Piratas Camelia y el primero también de la Saga de la Huida. Trata sobre el rescate de Uchiwa Tsubaki, la fundación de la banda y la recuperación de las memorias de Star.

Leer ésto antes de empezar con la lectura del arco.

Misery


Tsubaki I

Desde que la luz había desaparecido sin dejar rastro había perdido toda esperanza, de todas formas no había razón alguna para vivir. No recordaba en que momento había perdido la noción del tiempo, ¿llevaría ahí, en la oscuridad total, días, semanas o simplemente horas? Lo desconocía, pero sabía que sentía hambre. Su respiración era lo único que podía oír, rota y apenas le alcanzaba para poder sobrevivir, sus ojos se habían cerrado hace ya un rato pues sabía que aunque los abriera no podría ver absolutamente nada. Su cuerpo se sentía caliente, bajo los efectos de la fiebre según creía, lo que hacía no más que empeorar la situación pues aún si no tuviera el grillete que limitaba el movimiento de sus manos y piernas, estaba segura que no podría moverse.

Paja adornaba el suelo de la habitación, sus ojos no habían visto ventanas ni sillas, quizás ni siquiera puertas. Si realmente pudiera ver las paredes diría que eran grisáceas, pero lo único que había sentido al llegar era el polvo que las recubría, lo único que sabía con claridad era que había sangre reseca en la paja, de algún otro prisionero, cosa que había visto en el momento que la tiraron allí entre diez guardias pero nada más se cerró la puerta se sumió en oscuridad total por eso, si tenía que pasar ahí el resto de sus días, poco importaba si estaba muerta, enterrada en el mismo suelo que la princesa a la que, según el principado, había decapitado.

—Yo no lo hice... —musitó, si alguien pudiera verla en el estado en el que se encontraba le daría miedo, sus labios se encontraban resecos y agrietados por la falta de agua—, ¡Yo no lo hice! —gritó con la poca fuerza que le quedaba como si alguien en realidad fuera a escucharla. El lugar en el que se encontraba según sabía gracias a las leyendas e historias que se contaban era el más recóndito del castillo. Según recordaba había tenido que recorrer largas escaleras para llegar a donde estaba actualmente, deseó haber tenido la fuerza suficiente como para poder escapar.

Su mano palpitó, aún adolorida. La sangre se había secado y una costra gelatinosa había empezado a formarse en su mano, el dolor aumentaba y se reducía cada segundo, pero cada tanto el dolor se hacía insoportable nuevamente. Se había hecho aquella herida en su primer intento de escape en el que había asesinado a un par de compañeros de escuadrón de por medio pero había terminado con su mano atravesada por una lanza antes amiga. No había podido hacer mucho, después de todo, la mayoría de su energía se había agotado y por más poderes que tuviera, tras una larga misión y un largo día sabía que era inútil resistirse a sus compañeros que, juntos, eran igual de fuertes que ella en su mejor estado. Había intentado escapar un par de veces más pero era inútil: no se salvaría de aquello.

A lo largo de su estancia en ese lugar había pensado innumerables veces en sus familiares perdidos y había llorado como nunca antes, mientras que ahora mismo ni siquiera podía llorar de buena gana: no le saldría ninguna aún si rememoraba las muertes detalladamente de todos ellos. No dormía desde hace un largo tiempo pues, aunque lo hiciera, no habría ningún cambio: Las tinieblas le seguían hasta los sueños pues todo rastro de luz se había perdido nada más llegar ahí. No sabía que cosas sucedían a su alrededor, si había más personas allí, cadáveres de humanos u otros animales, solo oía un goteo intenso de un líquido desconocido.

No se había intentado mover hacia él, los primeros momentos de su estancia lo había pasado intentando buscar algo a lo que apegarse para mantenerse cuerda pero no había encontrado absolutamente nada. Había intentado hablar en voz alta para al menos poder oír una voz, escribir cosas incoherentes con su dedo como si de verdad marcara o simplemente jugar con la paja a su alrededor, pero ninguna hacía efecto: Después de un tiempo Tsubaki se sentía totalmente alejada de la realidad, como si hubiera nacido ciega y muda pues ya no tenía fuerzas para siquiera hablar.

El goteo intenso la tenía cansada, había intentado detenerlo tras localizarlo más de una vez, pero parecía provenir de todos lados, cuando lo encontraba en una parte e intentaba que no sonara, por otra parte seguía sonando. Quizás era una tortura, un mismo ruido, con poca agua y sin comida por días hasta que terminara suicidándose para una muerte sin dolor, pero terminó descartando la idea, no había personas tan inteligentes en el principado como para idear eso ellos solos.

Tsubaki se encontraba casi dormida cuando oyó pisadas tras un largo tiempo. Luz emergió desde un lugar algo lejano y terminó dañando sus ojos que no terminaban de acostumbrarse a esta. Una sombra grande y robusta apareció le cogió de los hombros mientras posaba el pico de una jarra de agua en la comisura de sus labios, ésta pasó por su garganta dotándola de vida nuevamente y en unos segundos se sentía un poco menos débil, lo suficiente como para moverse.

—Llegó la hora —exclamó una voz ronca, acorde a la complexión obesa pero fuerte que estaba presente delante de ella.

Tsubaki se levantó, aunque casi cayéndose en el intento, los grilletes permitían poca movilidad pero sí permitían movimientos básicos como caminar o levantarse mientras que los de sus manos solo permitían movilidad de los dedos. No tenía la voluntad como para siquiera intentar algo y aquél hombre lo sabía, caminó hasta la puerta a un paso lento que terminó desesperando al hombre que la alzó fácilmente y la colocó en su hombro.

Justo antes de salir por la puerta Tsubaki visualizó lo que provocaba aquél goteo que tanto había llegado a odiar: Cuerpos inertes y sin cabeza de anteriores prisioneros, todos ellos colocados uno encima del otro en repisas con tejas que hacían fluir las gotas de sangre hacia un cubo que rebosaba. Había cientos de cubos y más de quinientos decapitados. Tsubaki simplemente cerró los ojos volviendo a sumirse en total oscuridad, esperando que el final próximo llegara.

Rage


Star I

Había sido un largo viaje, Star lo sabía mejor que nadie. Cuatro días navegando en una barca improvisada podrían volver loco a cualquiera, pero él no era cualquiera. Había sobrevivido esos cuatro días con poca comida y aguachirle que encontró a las afueras de un bar por lo que, el olor de las tartas calientes que provenía de las tiendas parecía más dulce que cualquier vino y para Star, en aquél momento, era ambrosía. Respiró hondo y su cuerpo se inundó de aquél aroma que podía hacerlo estremecer de una manera que nadie podía. Se resistió fuertemente a la tentación de robarse una pues bien sabía que no tendría el dinero suficiente, aún así, se acercó al encargado de ellas, un hombre anciano, de unos setenta y tanto según creía, regordete y que poseía una sonrisa de oreja a oreja. El aire se impregnó del olor de los arándanos, los limones y los albaricoques mientras se iba acercando. El estómago le rugió con un sonido hueco.

—¿Podríais darme una? —musitó totalmente serio.

—Son cien berries —respondió el anciano.

—No los tengo. —Las tartas estaban recién salidas del horno. El olor le hacía la boca agua, pero no tenía tres monedas de cobre. Ni siquiera una. Miró al hombre, recordando lo único que conocía de su pasado y la única frase que, por el momento, sabía había dicho su padre. "Has de ser justo, hijo mío", por lo que descartó rápidamente la idea de robarle.

—Lo si-- —el anciano no terminó la frase, pues fue empujado por un hombre algo mayor que Star, aunque se notaba que era un vagabundo, su cara lo decía: Demacrada y con una barba enmarañada que daba asco a simple vista. — ¡Maldita sea! —exclamó el anciano mientras veía correr al hombre que se llevaba una tarta de limón.

Star simplemente se limitó a mirar por un segundo, para luego darse la vuelta y tirar un cuchillo que tenía en la bota al ladrón en movimiento. No tardó en caer, pues se había clavado de una manera perfecta en la yugular, perforándola profundamente. Star caminó, casi balanceándose de un lado a otro, hacia el cuerpo ahora inerte del hombre para quitarle el cuchillo y limpiar la sangre con la ropa del ladrón. Para su mala suerte, la tarta se había llenado de sangre y un poco de polvo aunque de resto permanecía intacta. Se la entregó a su dueño, pero este, aún sorprendido, se negó a aceptarla, quizás porque ahora nadie la compraría al haberse contaminado con sangre de humano.

—Es un pequeño regalo —le convenció, aunque Star bien sabía que se lo entregaba pues ya no podía generar riqueza alguna, aún así, lo tomó con gusto importándole poco si estaba o no, lleno de sangre. Se la comió en segundos y quedó con hambre.

Star miró hacia atrás con cautela. En la entrada de un callejón había dos marines de la ciudad. Las capas les llegaban casi hasta el suelo; eran gruesas, de lana teñida de color azul, mientras que las cotas de mallas, las botas y los guantes eran negros. Uno llevaba una espada larga colgada del cinturón; el otro, una porra de hierro. Star lanzó una última mirada anhelante a las tartas, y se alejó del hombre a buen paso. Los marines no se habían fijado en su asesinato, pero con sólo verlos se le ponía un nudo en la garganta, debía de mantener un perfil más bajo por lo que se colocó la capucha nuevamente.

Se había mantenido lo más lejos posible del castillo, pero pese a la distancia, las cabezas que se pudrían en la cima de los muros rojos se veían espeluznantes, aunque parecía que todos habían sido decapitados por un crimen grave. Eso le recordó el por qué estaba allí, según lo que sabía la Camelia Roja había decapitado a la princesa de aquél reino, pero para haberlo hecho, la isla se había mantenido demasiado calmada. Además, había investigado la historia detrás de la excapitana de los Piratas del Ángel Oscuro demasiado bien como para saber que no pudo tirar todo por la borda, nunca mejor dicho, porque sí. Tenía un puesto estable en la marina y un gran poder que podría llevarla a altos rangos, la oportunidad de reivindicarse por su anterior vida y quizás hasta podría llegar a ser feliz, ¿por qué arruinar todo matando a alguien porque sí? Ahí algo no estaba bien y Star lo sabía perfectamente. Entre los sonidos, terminó escuchando algo que llamó su atención.

—¡Señoras y señores, todos al purgatorio! —exclamaban los marines anteriormente situados en el callejón. Star sabía lo que eso significaba, el purgatorio era el lugar donde decapitarían a Tsubaki. Sus sentidos se alertaron y la adrenalina recorrió su cuerpo, al parecer había llegado en el momento adecuado para detener el decapitamiento de aquella que le ayudaría, quisiera o no, a recuperar sus memorias— ¡La ejecución está apunto de comenzar!

Todo el mundo iba en la misma dirección, con prisa por averiguar a qué se debía el llamado de los marines. Gritaban cada vez más fuerte; a nadie le podía pasar desapercibido su llamado. Antes de llegar a la calle donde sucedería todo, la multitud era ya tan densa que no se podía caminar sin tropezar con alguien. La plaza de mármol blanco estaba abarrotada de personas que hablaban a gritos y daban empujones para acercarse más al lugar donde se encontraba la exmarine.

Star estaba cada vez más furioso. Mientras se abría paso hacia la parte delantera, lo empujaron contra un pedestal de piedra. Entre más se acercaba, podía visualizar más heridas en la demacrada Tsubaki hasta que logró verla completamente, situándose en la primera fila, justo ante ella. Su pelo enmarañado por la sangre seca que había en él, su aspecto hambriento y sus heridas lo decían todo: no había una sola persona en el mundo más miserable que Tsubaki. Star se encontraba colérico por ver al borde de la muerte a su única esperanza de recuperar sus recuerdos y por la que había hecho todo ese largo viaje.

—... ¿unas últimas palabras, Camelia Roja —exclamó un hombre rubio, débil a simple vista, pero que vestía como la nobleza, frente a él se encontraba el verdugo. A Star casi le causaba gracia que ni siquiera pudiera decapitar a una persona en ese estado él mismo.

El silencio de Tsubaki fue la respuesta a su pregunta. El verdugo alzó el arma preparado para cortar el cuello como si fuera una simple salchicha. El sonido del filo era... magnífico, como si un millón de personas dejaran de contener el aliento a la vez. Los músculos de Star se tensaron en el momento en que el hacha reflejó el sol al bajar con rapidez. De un momento a otro, todo había pasado: El arma estaba en el suelo y el suelo teñido de carmesí, pero no era la sangre de Tsubaki la que se encontraba en el suelo, sino la del propio verdugo. Tan solo aquél que no hubiera parpadeado había podido apreciar el acto en todo su esplendor, Star había saltado con todas sus fuerzas hacia el arma y la había pateado, no solo devolviéndola hacia arriba sino incrustándola por unos segundos en la frente del hombre, poco después la hacha terminó cayendo hacia el suelo.

—Es momento de irnos, camelia roja —musitó Star ante la multitud de personas expectantes y atónitas. Cientos de marines se dirigían hacia él en ese instante, pero Star simplemente tomó a Tsubaki en hombros y echó a correr—, espero que todo esto haya valido la pena.

Desperation


Gabriel I

—¡¿SE FUE?! ¡Maldita sea...! —golpeó la mesa con fuerza, haciendo que la armadura de caballero que había en la esquina de la habitación temblara, la espada que sostenía casi se cae, como si ello fuera a dar más fuerza a sus palabras, como si en realidad le hiciese ver más temible, pero no era así. Gabriel era un hombre con el cabello hasta las orejas de un color rubio, casi blanco, ropas de personaje importante, como si más que un monarca fuera el dueño de algo. Sus ojos se encontraban cerrados mientras hablaba. Parecía más alguien con sueño que otra cosa, algo que no le ayudaba a imponer respeto, aún así, el teniente que se encontraba frente a él parecía muerto de miedo mientras que el contraalmirante simplemente lo miraba fijamente.

»—¡La quiero muerta ahora, quiero que no quede rastro rastro de ella! ¡Muerta, muerta, muerta! —Y mientras hablaba, lo único que atemorizaba eran sus ojos abiertos como nunca antes, rojizos y con venas marcadas rodeando la cuenca, parecía no haber dormido jamás en toda su vida—, ¡Mátalos, mátalos a todos, joder, quiero que sean decapitados, todos ellos! —lo decía dirigiéndose al contraalmirante, pues el solo ver como el teniente tiritaba al verlo causaba en él más furia—. ¡Los destruiría...! Los destruiría a ustedes también por dejarlo escapar... pero seré misericordioso —hizo una breve pausa, como pensando qué hacer— ¡Decapítalo a él también, por incompetente...! —Le dijo, a lo que el contraalmirante simplemente asintió. El teniente comenzó a llorar, arrodillándose y suplicando por su vida, Gabriel simplemente se limitó a darle una patada. — ¡¡AHORA!!

Pronto el contraalmirante salió, arrastrando al teniente al que le había roto la nariz con esa patada. Él se quedó sólo, sentándose en su escritorio por unos instantes, derramando sin querer la tinta que había encima de la mesa. En aquellos momentos pensó en los terrenos que ahora mismo estaban en su posesión. Toda aquella treta había sido la mejor idea que alguien hubiera tenido. Él aún se la atribuía pero muy en el fondo sabía que había sido aquél Vicealmirante la mente maestra detrás de todo ello. Miró por el ventanal unos momentos contemplando el pueblo enardecido por el escape de la Camelia Roja ayudada por ese chico... tan extraño.

El reino de Borges no era un hogar. Nunca lo había sido y, hasta donde alcanzaba el juicio de su ahora señor, no lo sería jamás. El servicio parecía excesivo para los contados habitantes y, al igual que el mucho espacio sobrante, no servía si no para enfatizar la soledad. Soledad como la que en ese momento poseía, que recompensaba con silencio puro pero tedioso, pues a Gabriel siempre le había gustado el ruido, por lo que soltó una risotada en el momento en que, gracias al absoluto silencio, el corazón delator hacía su llamado. Ese sonido lo enfurecía tanto como lo alegraba, causando una euforia magnífica en su cuerpo, como si hubiera probado ambrosía.

Tomó la espada que poseía la armadura del caballero y la clavó en el suelo de la habitación, justo en una de las muchísimas rendijas que había en aquella sala. En primera instancia no acertó correctamente, así que fue clavando la espada en las rendijas cercanas a su escritorio hasta que por fin oyó un golpe seco que indicaba que ahí era. Miró a los lados en ese instante, asegurándose que nadie lo viera. Hizo de la espada una palanca que alzó la rendija. Un gran hoyo se encontraba justo donde antes había estado aquél pedazo de madera, allí podía verse que se encontraba un cuerpo enterrado a diez metros bajo tierra, que lo miró enceguecido por la luz que no había visto hace mucho tiempo.

Sus rasgos indicaban que era una mujer, pero poco quedaba ya de la persona que antes había sido. Gabriel saboreó sus labios en el momento que la vio. Él la había tirado allí, en una "jaula", si es que se lo podía llamar así, como el animal que él siempre había creído que era. Ella había destruido sus sueños con sólo nacer, se lo había arrebatado todo: El cariño de su padre, todo lo que él antes había querido, todo ella se lo había llevado... con su maldita perfección. Le escupió para luego reír, mientras la mujer bajaba la mirada al suelo, su cuerpo desnutrido y su pelo que se había vuelto blanco, podían verse sus costillas.

—¡¿Podrías callar tu maldito corazón?! —le gritó mientras le veía desde arriba—. Me está empezando a desesperar, coño. —Le dijo, ahora más calmado, aunque su expresión sádica no había cambiado. — Tendré que arrancártelo con mis propias manos si sigue así. —Todo lo que le decía era más bien un juego, en realidad disfrutaba de torturarla, de ver el miedo reflejado en sus ojos, que ya no se veía, pues parecía que toda esperanza le había sido arrebatada por él. Las ratas eran visibles alrededor de la chica, montones de ellas. El hambre había hecho de las suyas y la mujer había tenido que comérselas para sobrevivir, la sangre aún podía verse en el cuello de las ratas.

—... asesíname... por favor... —le suplicó ella antes de romper a llorar, mirándolo fijamente—, acaba con esto...

Él la miró con asco, esos comportamientos tan sumisos lo hacían querer matarla de verdad, cosa que no haría pues, cada momento que ella sufría él era más poderoso y más feliz. La sonrisa de su rostro se amplió y soltó una risotada con una voz tan alta que sus propios oídos estuvieron afectados. Todas las personas que odiaba habían sucumbido ante su poder, que le permitía hacer sufrir a quien fuera, hacer crecer la desesperación en todo aquél que alguna vez le hubiese llegado a disgustar y ahora que esa mujer se encontraba ahí, diez metros bajo tierra, ahogándose en su propia desesperación... todos eran suyos para atormentarlo.

—Ya dejaremos eso para otro día, hermana mía —tomó la espada con menos fuerza, cerrando un poco la rendija—, ¿o debería decir princesa decapitada? —dijo y soltó una risa estruendosa nuevamente, que ni siquiera el ruido seco que hizo la rendija al caer nuevamente, tapando todo rastro de luz a la chica, pudo sofocar.

La princesa no había sido decapitada, todo había sido un plan ideado, todo había sido perfectamente planificado y la aplicación había sido exitosa hasta que... Hasta que Tsubaki y ese chico habían logrado burlarse de él. Eran lo único que terminaban de interponerse entre él y el mandato del reino de Borges, pero ni siquiera esa mancha oscura en su vista podían sofocar la euforia que sentía en ese momento, al ver a su hermana, la princesa, sufrir gracias a él.

Firestarter


Tsubaki II

Sus ojos no se abrían por mucho que lo intentaba, como si intentara despertar de un letargo que habría de durar mil años. Una voz la llamaba, una voz demasiado familiar, una voz que evocaba recuerdos de su infancia, una voz que despertaba sus sentidos y los afilaba, que traía olores, sabores y momentos en los que había sufrido y llorado, pero que habían sido buenas para ella, pues había aprendido de esas cosas.

Recuerdos hechos de lágrimas y de sonrisas, recuerdos que la acompañaban a donde quiera que el viento quisiera llevarla, simples recuerdos a la vista de los demás, recuerdos perennes para ella, recuerdos...


—Qué mal dibujas Tsubaki —le espetaba su hermano mientras le daba vueltas con su característica sonrisa. Ella se había sonrojado con sus palabras por vergüenza de que las palabras de su hermano fueran verdad—. Deberías dejarlo, no eres buena con ello.

—Si lo dejo, jamás seré buena. —ella miró al suelo por un momento. Su hermano simplementa estaba bromeando, él era consciente de la gran capacidad de su hermana para dibujar y pintar por lo que hacía bromas constantemente con eso, pero aquella vez no pudo decir nada más, ella simplemente lo había hecho mirarla como si le acabara de revelar el secreto del éxito.

—Adam, ¿qué te he dicho de molestar a tu hermana? —le regañó su padre, que salía de su humilde casa. Un gesto severo, como siempre lo había sido, un bigote adornaba su labio superior y una banda en su cabeza. Era un exmarine retirado que no había llegado más que a alférez y que esperaba que sus hijos llegaran a rango mucho más altos, tenía esperanzas sobretodo en su favorita: Tsubaki, que había demostrado un gran compromiso para con su sueño y ya tenía planes de unirse a la Marina. — Tu hermana puede ser lo que ella qui--

Todo se detuvo un momento después, los pájaros dejaron de aletear, el agua de la catarata cercana dejó de fluir, el aire dentro de los pulmones de las personas casi se hizo sólido, lo único que se llegó a oír fue un disparo que atravesó el cráneo del hombre, destruyendo todos los huesos que había de por medio. No salió, se quedó allí, en su cerebro que ahora era más una masa inservible, dejando intacta la banda de su frente. Un segundo disparo que atravesó completamente su mandíbula y agujereó el bigote, la sangre comenzó a brotar de todas partes de su rostro que se deshacía pues cada segundo había más de tres disparos.

Tsubaki no logró moverse, sus músculos quedaron paralizados, pero su hermano sí se movió y la llevó como muñeca de trapo a un lugar que ni siquiera él supo cuál era, sólo necesitaba salir de ahí.

—Ya tendrás tiempo de vengarte —le susurró con tono sombrío. Esas palabras encendieron el fuego de Tsubaki, una llama que destruiría todo y reduciría el mundo a fuego y sangre.


En aquél momento, Tsubaki abrió los ojos y aquél fuego volvía a estar presente. El momento de vengarse era ese.

—Ya era hora de que te despertaras —le susurró un chico lleno de heridas, casi desangrándose apoyado en una pared. Su cabello cubría sus ojos que miraban al suelo con tono sombrío—. Te he estado esperando por mucho tiempo.

It


Star II

Se encontraba apoyado contra la pared. El frío de la roca hizo que su cuerpo se pusiera aún más tenso al contacto con ésta. La sangre corría por su cara, sucia y llena de moretones. Sólo podía abrir uno de sus ojos pues había tenido que ponerse una infusión y no podía respirar por una de sus fosas nasales debido a que por ella corría algo de sangre. Su respiración era lenta, casi como si estuviera dando sus últimos alientos, el frío del lugar contrastaba con el calor que había allí fuera o al menos él lo sentía así, aunque su cuerpo se encontraba tan caliente que todo le parecía frío.

Los ojos de la camelia roja se habían abierto después de varios días, muchas infusiones y cataplasmas y otros métodos que no quería rememorar fueron una parte esencial para que eso pasara. Cuando la había revisado había encontrado más de cien heridas, tanto internas como externas, por lo que tuvo que hacer más de una operación con algunas herramientas que siempre llevaba a mano así como con lo que había podido recolectar de lo que había a su alrededor.

Pero ahora allí estaba, mirando a los lados asustada mientras comía una pierna de un jabalí que había cazado y cocinado, aunque jamás había sido bueno en eso. Parecía tan desconfiada, como si temiera que aquello simplemente fuera una trampa para ahondar la herida que ya le había sido hecha. La piel del jabalí estaba sobre sus hombros, el calor le hacía falta, por lo que también había encendido una hoguera en el centro de aquella cueva que apagaba cuando oía que alguien se acercaba. Como en aquél instante.

—Quédate quieta. —le exclamó y pateó el aire que apagó rápidamente la llama—. Si respiras, te mueves o haces el mínimo ruido nos encontrarán, nos sacarán los ojos y nos harán comérnoslos, así que quieta —su rostro era serio, sabía a lo que se enfrentaba, después de todo, su cuerpo estaba lleno de heridas. Ni siquiera sus corazones hicieron sonido alguno tras ese duro golpe de realidad. Ahora eran fugitivos en el reino de Borges, que era conocido por su gran ejército y relativa seguridad. Los pasos se detuvieron unos instantes, una sombra se alzó ante ellos y Star ya estaba con el pulgar sobre el índice, preparado para combatir. Pero nada pasó y la sombra siguió el camino sin siquiera inspeccionar la cueva.

—¿Cuánto tiempo más estaremos aquí? —preguntó Tsubaki mientras mordía nuevamente lo que quedaba de carne, casi chupando el hueso. Se notaba que no había comido desde hacía mucho tiempo. Ya estaba recuperando su tono de piel natural, así como el calor en las mejillas que decía que vivía. Hasta parecía tener ese ímpetu renovado que la hacía moverse hacia adelante y desear vivir, algo que no pensó recuperara tan pronto.

—Saldremos de aquí... —Star se revisó el cataplasma que había en su espalda, arrancándoselo segundos después. Ya no había herida alguna. Procedió rápidamente a quitarse la venda junto al cataplasma de su ojo izquierdo y, efectivamente, tampoco había nada. Sus heridas estaban curadas, siendo el sangrado de su nariz la mayor herida—. Ahora mismo. —Se levantó y ofreció su mano, cuando esta la tomó, Star tomó aire y gritó—: ¡¡¡AQUÍ ESTÁ UCHIWA TSUBAKI, LA CAMELIA ROJA!!! —La cara de Tsubaki palideció y pronto, cientos de soldados entraron a la cueva dispuestos a apresarla, acercándose peligrosamente a ella.

Star miró a los lados rápidamente en ese instante y, con suma rapidez, pateó a Tsubaki con fuerza, sacándola de la cueva para patear las paredes de ésta y tumbar toda ésta, matando a cientos de soldados en el proceso. Él logró salir por los pelos, una roca estuvo apunto de caerle encima justo cuando salía, pero fue destruida por Tsubaki con un puñetazo. Cuando ya se encontraba al lado de la pelirroja, ésta lanzó otro puñetazo que impactó con la mejilla del pelinegro y lo tiró al piso, haciéndolo sangrar en el proceso.

—Si vuelves a golpearme te mataré. —comentó ésta, ahora para nada tímida. Al parecer, aquella patada había logrado hacer volver a su estado normal a la camelia roja. Star rió, pocas veces lo hacía, pero aquella situación lo ameritaba. Se levantó del suelo y se posicionó a su lado nuevamente, la mujer parecía ocupada viéndose sorprendida a sí misma. Star sabía perfectamente a qué se debía esa reacción. Es lo que sucedía cuando curaba a alguien, no se creían que fuera capaz de ello.

—Veo que esa patada logró despertar eso que estaba buscando. —comentó—. Pero mejor que tú te despiertes y mires lo que en realidad importa. —le tocó el hombro y señaló a los cientos de soldados que había a su alrededor—. Así que mejor que despiertes ese otro eso del que tanto se habla, que lo necesitamos.

Tsubaki asintió y saltó. Unas alas grandes y doradas salieron de su espalda, rompiendo parte de la ropa que llevaba. Voló hacia el cielo y abrió las alas con esplendor, casi pavoneándose de su inefabilidad. El sol, en aquél momento, pasó por entre sus alas y Tsubaki pareció un verdadero ángel caído del cielo para ayudarlo en aquél momento, pues su mente hizo un click y logró recordar un pequeño, muy pequeño, instante de su vida.


Tendría una edad de entre siete a diez, no más. A su alrededor había más de diez muñecos de entrenamientos completamente destrozados, la arena que antes había en ellos estaba por todo el salón, uno grande y blanco, un símbolo azul se alzaba imponente, pero en ese momento no pudo recordarlo con totalidad. A su lado había un gran hombre, con una complexión digna de Dioses, pero cuyo rostro no era más que un borrón en su memoria que no terminaba de recordar. El pequeño Star parecía prepararse para un ataque, pero se detuvo justo antes de destrozar el muñeco de entrenamiento frente a él.

—Padre, estoy aburrido de entrenar. —le comentó el niño, bajando la mirada como si acabara de decir algo prohibido, como si aquellas palabras dictaran su sentencia de muerte. Los nudillos del chico estaban rojos, casi sangrantes de tanto entrenar para quien parecía era su padre.

—El aburrimiento muestra falta de recursos interiores —exclamó con voz gruesa e imponente el padre de Star, que no se movió de donde estaba, parecía decidido a que su hijo seguiría entrenando—. No crié a un hijo con una falta de recursos interiores, ¿o sí? —su voz retumbaba en los oídos del pequeño—. Y no vuelvas a bajar la mirada o te golpearé, ningún hijo mío se mostrará intimidado por alguien, ni siquiera por mí. —sus lecciones eran fuertes pero correctas—. Ahora, hazlo de nuevo.

El pequeño Star se quedó callado un momento y luego alzó la mirada, sus ojos contenían lágrimas, pero no las soltaría pues bien sabía que sería castigado si derramaba una sola de ellas. Apretó con fuerza su puño derecho, que tomó un tono oscuro pocos segundos después. Parecía haberse imbuido de algo... Haki, logró recordar que se llamaba poco después. Busoshoku Haki. El pequeño Star golpeó el muñeco con toda su fuerza que salió disparado, impactando con una pared y, como era de esperar, partiéndose, regando la arena por todos lados.

—¿De nuevo, padre? —repitió Star, solemne.


Aunque parecía haber sido una hora o más, había sido un sólo instante. Había recordado algo de su pasado nada más con verla, eso hacía que Star quisiera aún más pertenecer a su lado, para recordar las piezas faltantes de su pasado y saber quien era verdaderamente. Star miró con la misma solemnidad a los Marines que a su padre aquella vez.

Hephaestus —musitó e imbuyó su brazo completo de Busoshoku Haki, que logró usar gracias a que la Camelia Roja le había otorgado los recuerdos necesarios para recordar como usarlo. Star corrió hacia los Marines al mismo tiempo que Tsubaki caía en picada hacia ellos. Aquél día, ambos habían despertado eso que habían necesitado y ahora, se vengarían.