One Piece Fanon
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El Arco del Naufragio es el primer arco de la Saga del Mar del Sur y, por tanto, el primer arco de las aventuras de Sieghart Riku y los Piratas del Pañuelo Rojo.

Capítulo 1: El Naufragio[]

La pequeña barca se desplazaba sin rumbo por el extenso mar. El sudor caía por el rostro del joven quien se había quitado la mayor parte de su vestuario por el agobiante astro celestial que como un depredador lo perseguía incesante. Su camisa blanca abierta se pegaba a su pecho constantemente, mientras que su piel ardía. Su boca reseca y labios agrietados contrastaban con el sudor constante que se desplazaba por su rostro. Había dejado de beber hacia quizás tres o cuatro días, resistiendo la tentación de consumir agua salada. Su comida también se disipó, por lo que ahora su estomago le reclamaba y su cerebro se alejaba lentamente de la realidad. Recostado sobre la caliente madera, meditaba si había sido una mala decisión aventurarse en el mar sólo con un puñado de comida y agua sumado al hecho de no tener experiencia navegando. Miró hacía el cielo, reuniendo fuerzas para sentarse o al menos intentarlo, logrando su cometido con gran esfuerzo. Su frente ardía mientras que sus ojos llorosos intentaban divisar un pedazo de tierra en aquel infierno azul.

A lo lejos avistó una pequeña playa con un puerto y varias embarcaciones amarradas a él. No creía lo que veía, por lo que parpadeó varias veces para intentar dilucidar si aquello era real. Sabía que por su estado actual ello podía ser sólo un intento de su cerebro por engañarlo. Pero ello no fue así: frente a sus ojos se encontraba el primer pedazo de tierra firme que había visto desde que zarpó de su isla natal, y se encontraba más cerca de lo que pensaba.

En un instante, se llenó de energías, como si hubiese podido comer y descansar por una semana, comenzando a remar con lo que parecía ser un remo partido a la mitad, quizás por la fuerza del agua durante una tormenta marina. No obstante, parecía que con cada movimiento que daba, la isla se alejaba más y más. La frustración invadió al muchacho, quien producto de eso dejó caer el remo. Intentó traerlo hacía él de todas las maneras posibles, pero pronto cesó en su lucha, sabiendo que por su condición de consumidor, si caía al agua no sólo significaría un chapuzón. Luego de meditar un rato y caído el crepúsculo, reunió todas sus fuerzas para intentarlo nuevamente: Riku no era de aquellos que se rendían fácilmente, por lo que, utilizando sus manos, pese al cansancio instantáneo que ello le producía, remó.

Y llegó a la costa. Sus manos parecían las de un anciano, arrugadas por el largo contacto con el agua, su cuerpo le pesaba como si cargara sobre él el doble o el triple de su peso y su boca estaba más seca que un desierto en verano. Sin embargo, nada de eso le importaba, sabiendo que estaba en tierra firme, pero más importante para él, en la primer isla de su aventura. Con una sonrisa de oreja a oreja, comenzó a sacar sus posesiones de la barca, comenzando por sus botas, seguido por su abrigo y su faja. No obstante, un dolor aguado surgió en el pecho del joven, puesto que a pesar de buscar entre las cajas, no encontraba lo que parecía ser su posesión más preciada. Luego de mover la barca de pies a cabezas, divisó lo que buscaba: un pañuelo rojo, que se encontraba entre dos de los tablones que fungían de piso en la embarcación. Preocupado por si habría sufrido alguna rotura, se dio cuenta que sólo estaba mojado.

Ya con todas sus posesiones fuera, se ató su pañuelo a modo de bandana, y miró al cielo, que lo deleitaba con sus distintas tonalidades de naranja y amarillo. Luego de dar un vistazo hacia el puerto, creyó haber visto una persona acomodando los barcos, por lo que se dispuso hablar con ella, con la esperanza de que lo proveyera de agua. Amarró la faja a la cintura, y agarró con sus manos las botas y el abrigo, para luego comenzar a caminar hacia el puerto. Sentía como el agua del mar le aliviaban los pies, quemados por la larga exposición al calor del sol reflejado sobre la madera. Poco a poco, empezó a sentirse cansado, como si con cada paso que daba, su cuerpo ya no le respondía. Pero en realidad, seguía avanzando. Al llegar al puerto, con los ojos casi cerrados, se apoyó en un de los palos que fungían como soporte del mismo. —¿Hay alguien aquí?— Dijo, sin obtener una respuesta. No había nadie en aquél puerto, cayendo en la cuenta que aquello había sido una imaginación, provocada por su deseo de consumir siquiera una gota de agua que sacie su sed. Entregado al cansancio, al dar el paso siguiente, cayó en el piso, como si hubiera sido disparado por una flecha somnífera.

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